La revolución que ha supuesto la tecnología para la sociedad ha trascendido y permeado diversas industrias, variados gremios, múltiples sectores y un sinnúmero de poblaciones, logrando – al final – una democratización de servicios y un acceso a los mismos que, hace contados veinte años, ni el más optimista hubiese si quiera pensado.
Mucho se ha venido hablando, con eco en crecimiento en los últimos años, de palabras con terminaciones en tech.La revolución que ha supuesto la tecnología para la sociedad ha trascendido y permeado diversas industrias, variados gremios, múltiples sectores y un sinnúmero de poblaciones, logrando – al final – una democratización de servicios y un acceso a los mismos que, hace contados veinte años, ni el más optimista hubiese si quiera pensado.
El portal especializado FinDev, en un artículo[1] publicado escasos doce meses atrás, fue enfático en formular una pregunta con base en una conclusión. La segunda de ellas fue directa: la forma en la que Brasil está adoptando los pagos digitales es acelerada. La primera de ellas, a su vez, fue amplia y sienta base para lo que, en el presente artículo, quiero exponer: ¿qué pueden los demás países aprender del proceso de Brasil?
En una línea cronológica de tiempo, y que será parte tangencial del estudio central del presente artículo, y que sienta base para uno futuro más extenso sobre el particular, especialmente por las cuestiones jurídico-reglamentarias que presenta, el 2020 fue un año que marca un antes y un después para dicha aceleración. Con la pandemia del COVID-19 iniciando su trágico trasegar mundial, la bancarización y los procesos digitales en general cobraron auge entre la sociedad y, en Brasil, alternativas como Pix (que en su traducción supone Instant Payment System) un sistema de pago inmediato ideado desde el Banco Central de Brasil, que cuenta con una característica que le hace poderoso: la facilidad en su acceso y su cobertura. Así, desde el Presidente de la República hasta aquel ciudadano de bajos ingresos pueden acceder – en igualdad de condiciones – al sistema, bastándoles, a ambos, contar con documento de identificación (CPF o CNPJ, si se es persona jurídica) y una clave.
Así, según Agencia Brasil, en tan solo dos años, se realizaron 26 mil millones de transacciones, siendo “el medio de pago más utilizado por los brasileños”[2], citando a la Federación Brasileña de Bancos.
El sistema PIX llama la atención a primera vista para cualquier turista o visitante en Brasil: desde el vendedor que va, calle a calle, vendiendo sus productos, hasta las grandes cadenas de abastecimiento, pasando por los almacenes premium permiten el pago a través de este sistema. Inclusive, algunos de ellos hacen descuentos a productos por el pago a través de este método, al ser más costo-eficiente.
Como con PIX, llama la atención la forma en la cual se maneja el pago en restaurantes y sitios de ocio como discotecas (o baladas, como se le llaman en el país del Orden y Progreso), estadios o parques, en donde, el formato de “tarjeta para consumo” – conocido también como funtech – ha cobrado fuerza, maximizando la experiencia para el consumidor y optimizando los tiempos y las mediciones para las empresas administradoras de los locales comerciales.
Ahora bien, el reto a partir de este boom digital que ha sabido llevar Brasil a números envidiables para cualquier otro país en materia de aprovechamiento de la tecnología para democratizar el acceso a diversos productos, es cómo hacer para replicarlo – sin caer en el error de copiarlo – “as is”. Dicho de otra forma, la cuestión radica en cómo lograr tomar los puntos cardinales del caso brasilero para, concibiendo (i) la cultura, (ii) la forma de ser y actuar, y (iii) las tradiciones, junto con otros muchos factores sociales y culturales que impactan – y han de siempre impactar – la formulación de estrategias públicas o público-privadas, lograr que Colombia – cuyo paso va por buen camino – logre dar el salto definitivo hacia dicha tendencia.