Corre el minuto sesenta y cuatro de un partido empatado a cero, válido por el torneo profesional del fútbol local. En una jugada algo dudosa para los espectadores y para el mismo árbitro, un jugador “zancadilla”, de manera grosera y grotesca, a su rival. Silencio eterno y uno que otro “siga, profe”. El encargado de impartir justicia, que simula situar su silbato en la boca y aproximarse a marcar la actuación como ilícita, se retracta y deja seguir el juego.
Inmediatamente, tres árbitros sentados en sillones cómodos, perfectamente uniformados y repletos de monitores, le indican al central del juego que no podía continuar. Acto seguido, y después de haber revisado la jugada dos, tres, cuatro y más de diez veces, en un centenar de posiciones y ángulos, le indican que debe dirigirse al famoso VAR.
El árbitro se lleva su mano a la oreja y simula pronunciar algunas palabras. “De vuelta, la otra cámara”, grita, mientras gira su cabeza en un centenar de posiciones que hasta mareo generan. Los jugadores le presionan para que tome una decisión. Unos, para que deje seguir. Otros, para que señale el punto blanco del área. Tres minutos… y ahí sigue. Intentando resolver un problema, minutos después de su ocurrencia.
Para acortar la historia del partido: terminó en tablas y, la jugada dudosa, de la cual se desprendió un cobro de tiro penal en el minuto setenta y cuatro de juego (¡sì, diez minutos en la revisión de la jugada!), fue errado por el cobrador.
La anécdota, que la vemos a diario en los partidos de fútbol de las diferentes ligas alrededor del mundo, cobra cierto matiz si se proyecta esa misma situación al día a día de nosotros como individuos. Así, la pregunta es tan sencilla como de difícil respuesta: ¿qué sucedería si ese VAR fuese susceptible de utilización en nuestro día a día?
Claro, difícil sería marcar tarjetas rojas, cobros desde el tiro penal o decisiones de gol por ingreso del balón al arco. Pero, para nada errado sería suponer -e imaginar- que su utilización sería interesante de concebir.
Supuesto ácido, que llaman: una decisión importante en el marco de una organización. Tomar la decisión “en caliente”, con la información que, a ese preciso momento, se tiene. ¿Qué sucedería si se diese la oportunidad de, unos minutos después, revisar la decisión tomada y poder modificarla o reafirmarla? ¿Qué sucedería con esas declaraciones en momentos inoportunos o aproximaciones a ciertos temas que fuese posible “regresar”, “validar”, “volver a validar”, “re-contra-validar” o “proyectar desde otro ángulo”?
Como sucede en el deporte, el “VAR de la sociedad”, como he decidido apodarlo, no sería del agrado de todo el mundo. Especialmente, no lo sería de aquellos que tienden a mantener posturas radicales y de difícil retractación. No lo sería para aquellos que conciben su opinión como la preponderante, ni para aquellos para quienes un “me equivoqué” representa toda una odisea.
En fin, en un ejercicio de simple imaginación, concebir un VAR de la sociedad, no dejaría de ser interesante pero, sobre todo, un valioso ejercicio para una sociedad, como la nuestra, a la cual revisar, reformular y corregir, puede suponer un martirio completo.
Despido esta columna con una maravillosa frase pronunciada por la Rectora de la Universidad de los Andes, Raquel Bernal, en el marco de su discurso en la ceremonia de graduación del pasado mes de octubre: “No deseen volver a la normalidad. Al contrario, tenemos la responsabilidad de hacer las cosas distintas. De aprovechar esta coyuntura para repensar el mundo, la manera de vivir, la manera en la que aportamos”, sentenció.
Nada más cierto, nada más real.