Aprender a negociar, por tanto, es una habilidad que, a la par de otras muchas, debería trabajarse desde temprana edad en la carrera de la profesión.
La ciencia jurídica, en el diario vivir de la sociedad, tiene más expresiones de lo que, conscientemente, se cree. Y no me refiero, como se ha de pensar, a la ocurrencia, tristemente cotidiana, de pleitos o discusiones aireadas al son de leyes, códigos o de la misma jurisprudencia. Me refiero a que, en la cotidianidad, ejercer las habilidades que la profesión brinda no es cuestión esporádica. Diariamente, y por montones, se celebran contratos de compraventa, muchas veces, sin si quiera ser conscientes de ello. Otras, se celebran contratos de depósito, tan recurrentes – como poco conocidos en su acepción – para el ciudadano del común.
Ahora bien, más allá de la teoría detrás de cada una de estas figuras jurídicas, hay – dentro de muchas otras – una habilidad que poco se materializa en el aprendizaje, pero que, convencido de ello, ha de convertirse, de vez en vez, en una que diferencia la simple labor mecánica de “hacer”, frente a aquella, de aportar valor: aprender a negociar.
En la teoría, aprender a negociar aparenta simplicidad. En realidad, sí puede llegar a serlo. Así el verdadero valor agregado en ello no está en negociar más, sino, en complemento, en negociar (cada vez) mejor. Y eso se desarrolla a punta de dos variables, complejas pero que, sumadas, componen un binomio poderoso: (i) aproximarse a la teoría y (ii) ensayar y equivocarse (como muchas de las cosas del diario). Es posible hablar del modelo Harvard y de sus principios, tales como separar las personas del problema o focalizar atención en los intereses y no en las posiciones. Ello, sin duda, sienta base para negociar en la dirección correcta, aun cuando no es lo único, ni será suficiente.
Negociar, en la práctica, parte de la premisa, sencilla en su apariencia, pero compleja en su ejecución, de conocerse. Somos, por fortuna, seres sintientes y, ergo, sujetos de emociones, días buenos (y otros no tanto). Es, desde ahí, donde una negociación efectiva cimenta su futuro: en entender las técnicas que permiten negociar, en que la cabeza puede no estar enfocada para ello (y no está mal) y en que, hasta el mejor de los juristas, puede tener un mal día. Así como puede tener una seguidilla de buenos.
Aprender a negociar, por tanto, es una habilidad que, a la par de otras muchas, debería trabajarse desde temprana edad en la carrera de la profesión. Sesiones enfocadas en negociar (y sí, sólo negociar) no sería una mala práctica. Por el contrario, haría entender que no es fácil, mucho menos sencillo y, eso sí, de alto impacto. Y no se trata de negociar contratos extensos con millones de controles de cambios, cláusulas complejas o textos comprensibles únicamente para los asesores. Se trata de poder llevarlo al día a día que, convencido de ello, los problemas serían menos y la sana convivencia, ergo, más.
De nada sirve ser jurista si no se saber hacer de jurista. Ahí, la negociación parte de ser causa y efecto.