Para el jurista, aprender a preguntar se traduce en un método de supervivencia. Si no se sabe preguntar – y, reitero, preguntar mejor que no es preguntar más – la vocación de permanencia dentro de la profesión se traduce en una compleja tarea.
El arte de saber preguntar es transversal a cualquier profesión o actividad económica. De hecho, vivimos de entrevistas sin darnos cuenta. Al comprar determinado producto, al solicitar determinada consulta: se hace a diario y poco se detiene la mente a preguntar qué, cuándo, cómo, quién o por qué estamos indagando. Suele ser, así, una actividad cotidiana y habitual. Y, de hecho, lo es.
Sin embargo, en el mundo del derecho – y sin importar el área de práctica en el cual se aborde – cobra una trascendencia especial.
El saber preguntar, así, se convierte en una herramienta utilizada no solamente por abogados y abogadas litigantes en el marco de determinado momento procesal sino, también, en actividades tan frecuentes como la consulta del jurista in-house al despacho de abogacía asesor externo o la formulación de inquietudes en el marco de una debida diligencia para la venta o compra de determinada sociedad.
A todas estas, entonces, ¿qué hacer para aprender a preguntar mejor? No se trata, ergo, de preguntar más. Como dice el refrán: el que mucho abarca, poco aprieta. Se trata, por el contrario, de entender cómo preguntar y cómo llegar a conclusiones a partir de esa forma de indagar.
Para aprender a preguntar mejor se debe partir de una premisa básica del periodismo: las cinco “W”. En otras palabras, de comprender el quién, el qué, el cuándo, el dónde y el por qué, traídas del inglés “who”, “what”, “when”, “where” y “why”. No es ciencia avanzada y, por el contrario, son las que marcan el compás del arte de preguntar. Con la premisa adquirida, ha de darse el salto a la comprensión de que no se nace aprendido para preguntar sino, por el contrario, se forma y se desarrolla la habilidad de aprender a preguntar. Es, como cualquier otra habilidad, una que debe pulirse, perfeccionarse y trabajarse.
Para el jurista, aprender a preguntar se traduce en un método de supervivencia. Si no se sabe preguntar – y, reitero, preguntar mejor que no es preguntar más – la vocación de permanencia dentro de la profesión se traduce en una compleja tarea. Aprender a preguntar, así, debería convertirse en una habilidad a ser desarrollada desde temprana edad en la carrera de derecho de las múltiples universidades que imparten su enseñanza. Partir del periodismo para lograr explorar las más complejas formas de indagar, reiterando que dicha habilidad no es – ni será – exclusiva del jurista litigante. El mundo de hoy, complejo y dinámico en el ejercicio de la profesión, así lo peticiona.
Aprender a preguntar mejor – y no más – debe convertirse en una obsesión para el ejercicio de la profesión.