En el año 2021, la International Bar Association, una organización internacional líder a nivel mundial de juristas, colegios de abogados, sociedades de abogados, despachos y abogados en general, publicó el informe “Bienestar mental en la profesión jurídica: un estudio global”[1]. Como su nombre lo indica, el informe tenía por firme intención el mapear el bienestar emocional de los profesionales inmersos en la profesión jurídica y dar cuenta de conclusiones sobre ello, concibiendo los efectos que la pandemia ocasionada por el COVID-19 trajo consigo.
El tema no es menor y, por el contrario, toma relevancia en pleno siglo XXI, en donde el asunto ha pasado a ser un eje transversal de preocupación para las empresas, las firmas de asesoría legal y, en general, para la población. Mercer Marsh publicó, en el 2021, su reporte global de Health on Demand, realizado a una muestra representativa de 14.096 trabajadores adultos entre 18 a 64 años, tal y como reposa en la ficha técnica, y frente al cual, entre otras cifras llamativas, resalta que uno de cada dos trabajadores afirmó sentirse al menos algo estresado todos los días.[2]
Lo anterior, y aun cuando es una muestra exponencial sin discriminar la profesión, industria o gremio, permite sentar una serie de análisis enfocado en el sector jurídico uno que, por esencia, convive entre transacciones, revisiones, alto nivel de tecnicismo y perfección y mucho rigor en el detalle.
El derecho es una profesión, considera quien acá escribe, altamente propensa al estrés. Y lo es porque está llamada – mal concebida por lo demás – a ser la ciencia que solucione el conflicto, más que a ser aquella que lo previene. Y, por naturaleza, el conflicto evoca cargas emocionales, habilidades de persuasión basada en la inteligencia emocional y mucho, pero mucho control de situaciones complejas. Sea en el derecho penal, en una transacción de compra de acciones de una compañía, o en el marco de un complejo pleito familiar, la tensión es, me atrevo a decir, inherente a la profesión.
Facturar, cumplir, ejecutar y muchos otros verbos en infinitivo hacen parte de una larga lista de acciones que, como abogados – muchas veces – nos vemos inmersos a estar en. El control emocional en una profesión, como a bien mencioné previamente, altamente cargada de emociones, y mucho más que otras por el contacto humano que emana en su ejercicio, es algo que poco y nada se enseña en las aulas universitarias y, menos aún, en el diario quehacer de los despachos. Se basa en el “ensayo-error” de controlar las situaciones para, solo viviéndolas, entender como tratarlas.
La salud mental y la tranquilidad para el ejercicio correcto, adecuado, ético y propenso al bienestar y a la paz social, por ende, debería convertirse en un sine qua non para efectos de la formación académica de todas las profesiones, pero, en especial, y de manera concentrada, en la abogacía. Se nos enseña a defender la ley, concebir pretensiones y escribir memoriales, pero, muy poco, se nos conceden las herramientas para afrontar un mundo profesional y laboral que convive, casi siempre, como eje de actuación entre problemas de terceros.
[1] International Bar Association. Bienestar Mental en la profesión jurídica: un estudio global. (2021).
[2] Mercer Marsh Benefits. Heald on Demanda: ofreciendo beneficios que los empleados quieren ahora. (2021).
Santiago Bonivento es Abogado de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en derecho empresarial. Candidato a especialista en Dirección de Empresas y Liderazgo Digital, así como candidato a Magister MBA Gadex con énfasis en Relaciones Internacionales. Profesor del Departamento de Derecho Económico en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana.