El reloj marcaba las diez de la noche de un domingo septembrino en Bogotá. Juan, quien por ese entonces cursaba octavo semestre de derecho en una Universidad capitalina, había inscrito hace algunas semanas atrás su práctica universitaria. No podía dormir. El temor a lo desconocido carcomía su pensamiento. Vislumbrar el inicio de la que sería su vida laboral le causaba pavor.
Como pocas cosas en la vida, si hay algo que marque el futuro profesional del estudiante de derecho -o de cualquier otra profesión-, es la primera inmersión que se tiene en el campo laboral. La experiencia puede ser tan enriquecedora como traumática. Tan fascinante como aburrida. Tan retadora como vacía.
A los veinte años de edad, tener la posibilidad de aventurarse en empresas, firmas de abogados, en la rama judicial o en un centro de investigación, supone una experiencia que no debería dejar sino ganas de que haya muchos jóvenes apasionados por el ejercicio de la profesión. Muchos estudiantes dispuestos a emular las buenas prácticas jurídicas que, se entendería, desarrollan los centros en donde se pueden adelantar prácticas universitarias.
Un superior jerárquico empático, en esa experiencia, puede determinar, de entrada, el gusto o no por la profesión y su ejercicio. Y el calificativo “empático” no es nada diferente a una persona que entienda que, detrás de aquel estudiante de derecho -o de cualquier profesión-, está un ser humano ávido por aprehender. Un buen trato, darle la importancia merecida y la confianza requerida, algunos puntos que por acá, a simple título enunciativo, me sirvo de referir.
Hace poco leía, en una gran columna de Alfonso Aza en La República que tituló La importancia de tener un buen jefe, que este “tiene la grandeza de empoderar a sus subalternos para convertirlos en auténticos líderes que un día ocuparán su puesto”. Soy un fiel convencido que los jefes que trascienden son aquellos que, desde su llegada, respaldan, empoderan y asignan responsabilidades, acordes a su nivel, a aquel joven estudiante o profesional que recién inicia su camino profesional.
Juan no es nadie diferente a mí cuando, algunos años atrás, me preparaba para iniciar la senda de un camino maravilloso. Tuve la fortuna de iniciar mi recorrido profesional como abogado en un lugar en donde me acogieron como uno más desde el primer día. Un lugar en donde me valoraron como persona y me formaron como profesional. Y, de ahí en adelante, no he tenido sino experiencias maravillosas en mi camino profesional. El primer paso al mundo laboral repercute, de manera directa, en la forma en la cual el estudiante -o aquel recién graduado- labrará su recorrido.
Como alguna vez le escuché decir a alguien “Be who you wanted to be when you were younger”. La vida, cíclica por esencia, hará que aquel Juan septembrino, que recién se preparaba para dar un paso adelante en su otrora camino hacia la profesión de los códigos y las leyes, tenga, como fiel compromiso de vida, aportar en la formación temprana de futuros profesionales. Enseñar, y, por qué no, llegar al punto de que se enamoren, como él, de la experiencia de trabajar para trascender.
Espectacular Santi!!!
Así es
Enseñar para transcender y pasar el legado del amor por el derecho.
Muchas gracias, querida Ángela! La inmensa fortuna de tener maestros como tu en esa formación! Un abrazo